LA CUARTILLA DE LA MESILLA: MECENAZGO Y ARISTOCRACIA PARA ADMIRAR A LAS ARTES



MECENAZGO Y ARISTOCRACIA PARA ADMIRAR A LAS ARTES
Hoy en la Cuartilla de la Mesilla de los viernes, conversaremos sobre la influencia de los mecenas y aristócratas en toda la manifestación de las artes en el mundo; cada vez que observamos en algún museo o en alguna publicación o hasta en páginas en internet y redes sociales cuadros y pinturas en sus amplísimas escuelas, y cuando nos embelesamos con partituras plenas de sonatas, conciertos, impromptus, preludios,  valses, mazurcas y arias de ópera liricas y dramáticas, cerramos los ojos, vemos ese yo interno complejo pensamos solo en el compositor o autor y la transcendencia de sus creaciones en la sensibilidad y belleza que generan, no pensamos en  quienes también intervinieron de manera decisiva al desarrollo de esas manifestaciones artísticas y las hicieron emerger, tal vez del anonimato ruinoso del genio sin fortuna incapaz de apadrinar sus propias  obras. Cuando estudiamos la  historia universal y leemos sobre el renacimiento europeo por ejemplo, apreciamos  en un primer plano las obras llenas de grandeza de esos siglos, escuelas italianas, francesas e inglesas, impregnadas del más profundo misticismo o enseñándonos  tal vez las efemérides y epopeyas de reyes y monarcas; detrás de ellas ha convivido el mecenazgo de reyes, príncipes y aristócratas quizá sensibilizados o no con el sentido artístico o más bien por el deseo de transcender a través de ellas más allá de sus propias obras y gobernanzas; arte manifestado en un sin número de palacios, catedrales, castillos, museos,  paseos y  parques. Los reyes franceses del siglo XVI como Francisco I de Francia, de la Casa Valois,  impulsaron en forma decidida el renacimiento en ese reino galo que despedía los tiempos medievales,  Luis XIV Borbón magnificó el sentido y altura de las artes en la Francia de la edad moderna,  con la construcción del barroquísimo y rococó  Palacio de Versalles, en una línea simétrica trazada por sus arquitectos en sus jardines geométricos en el entorno de los templos solares con oriente y poniente, el mayor museo de estatuas y esculturas de toda Europa.  Luis XV edificó para sus amores el delicioso Pequeño Trianon, testigo de la voluptuosidad de aquel final de siglo;   todos los melómanos hemos escuchado la obra musical profusa de Frederick  Chopin, aquel  joven polaco amante de sus pianos, en el siglo XIX marcado por los tiempos de la comuna de parís y demás heroicidades de ese entonces,  quien en medio de sus nostalgias, himnos melancólicos y alegrías, nos hacía y nos hace soñar en medio de brumas;  su vals brillante y sus polonesas las dedicó a baronesas, duquesas, condesas, princesas y marquesas polacas y parisinas en los salones de los Orleans, Conty, Condée, Montpensier y otros aristócratas de línea.  Joseph Haydn amparó sus magníficas creaciones musicales bajo los patrocinios de familias como la familia Eszterhazy, una de las más aristocráticas e  influyentes de la sociedad húngara de su tiempo, su más ferviente mecenas; conocemos a Gluck, el músico austríaco y sus famosas operas Iphigenia in Táuride, Armida, Alceste y demás tragedias cantadas, su mecenas más emblemático de aquel siglo XVIII francés, fue la reina María Antonieta Lorena de Austria, su paisana, diosa de la gracia y del buen gusto y emperatriz de la moda de aquel tiempo; el niño prodigio del Salzburgo  austríaco del siglo XVIII, Wolfgan Amadeus Mozart, hijo de aquel modesto maestro de capilla Leopold Mozart, encendió aquellas primeras luces infantiles sobre teclas de clavicémbalos y clavicordios, bajo el mecenazgo entre otros del clero austríaco de aquel tiempo.  Estos breves  recuentos y comentarios nos hacen reflexionar, en medio del mundo moderno, tecnológico y con prisas de robots y drones de hoy,  en una realidad que nos ha mostrado uno de los ángulos de la historia y nos siguen mostrando, y es que, cada vez que apreciemos una de las tantas expresiones del buen arte, no dejemos de lado el contemplar y sentir las aspiraciones, deseos, remembranzas, ilusiones y hasta las pasiones tanto de quienes fueron sus ejecutores, como de aquellos que, igualmente anhelaban con esos mecenazgos y apoyos incondicionales, tal vez algo más que perpetuarse en la memoria de súbditos, cortesanos , adláteres y seguidores y algo más que la mera o mezquina exaltación de sus personalidades y obras, que los engrandecieron o denigraron en muchas ocasiones, como seres humanos que han sido ; cuesta imaginar el mundo sin el arte, una hecatombe para los sentidos, un aniquilamiento del corazón; mucho de ese arte nos llega a los sentidos y al corazón, a través de  esos puentes y puertas poderosas retratados en los pasillos de la historia, quienes no son otros que esos tantos mecenas tocados por el poder real, el derecho divino, las justas brillantes de espadas o las togas, bonetes, mitras y  capelos religiosos, quienes muchos en silencio o en medio de gritos en el desierto de la ignorancia, el error y el caos, contribuyeron y contribuyen aun en el esparcimiento de esa delicada lucecilla en nuestras conciencias, suerte de trueque de dineros y valores por obras que se eternizan a lo largo de las generaciones.
Juan Carlos Colmenares Zuleta.    Caracas, viernes 19 Febrero 2016

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