ANECDOTARIO DE LOS CUARENTA AÑOS DE GRADUADO 1981 2021

 

MI RENUNCIA A LA CONTRALORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA (SIN ADMIRACIÓN NI COMPRENSIÓN)

     Comenzaba el año 1990, y con éste la última década del siglo XX; el décimo año trabajando en la Contraloría General de la República, era el décimo año que cumplía trabajando allí desde mi primer cargo como Examinador Fiscal y luego con los sucesivos cargos de abogado fiscal en la Dirección General de los Servicios Jurídicos; en esos años destaco principalmente el aprendizaje no sólo en todo el tema del control fiscal en Venezuela, sino también en el andamiaje legal que pude ver surgir, tanto en Ley del año 1975 bajo cuya vigencia me inicié en esas tareas de fiscalización, así como la Ley del año 1984 que reformaba el anterior texto que había sido-decían siempre en aquellos pasillos- un logro del Contralor Muci Abraham que hasta una sede física, el famoso Edificio de las Tres Llaves, se erigió y actualmente se erige en la Avenida Andrés Bello Caracas. Me desempeñé en varias oficinas y direcciones: Fiscalización y Examen de Ingresos (denominación de la época), Dirección de Asesoría Jurídica, Estudios Jurídicos (desaparecida de la estructura actual) y la antigua Dirección de Procedimientos Jurídicos , que ahora está dividida en dos Direcciones, según la estructura de 2021.  Muchos hábitos adquirí para trabajar, que me sirvieron y sirven aun en mis tareas como consultor: redacción, síntesis, organización, estudio, visión práctica de los asuntos, entre otros de por sí muy valiosos, pero con el avance de los tiempos, de las edades, de las aspiraciones, de los necesarios crecimientos en busca de la concreción en áreas de conocimiento, empezaba a percibir que esas necesidades no se colmaban en la institución, no solo era cuestión de remuneración ( obviamente determinante) sino que  se trataba de no quedar detrás de las decisión que tomaba o no un superior, detrás de una ponencia, de un dictamen, de una resolución decisoria de un asunto jurídico( recursos, etc), leía en cada proyecto que era mecanografiado ( no existían en ese tiempo ni computadoras ni siquiera procesadores de textos), las siglas propias, al final de muchas, colindando con las del personal secretario; no era visto, observado o criticado (no existían redes sociales escrutadoras y agresivas como hoy en dia),  las posiciones o criterios querían saltar los cristales de aquellas oficinas y recintos con olor a cigarro y frio , pues eran tiempos de fumar en áreas de trabajo, veía cómo las propuestas de solución a los asuntos planteados por los interesados, que era nuestra competencia conocer y decidir, no coincidían con los criterios del superior o director, o en muchas ocasiones, poca o nulamente defendidos por nuestros supervisores inmediatos, esto iba poco a poco calando en la mente como gota en estalagmita del piso de una cueva, me horadaba el cerebro pensando si éste sería mi definitivo destino laboral  hasta la jubilación en unos cuantos años más, permanecer en la sombra, ajeno al mundo exterior, lejos de esa autonomía que, cosas de ese destino que uno  no entiende, sería parte central del tema de mi trabajo de grado en el postgrado, la autonomía de la Contraloría, una autonomía deseada para mí en lo personal pero que no podía hallar en la institución. Ese despertar ya había tenido lugar cuando tomé la decisión de ingresar a los estudios de postgrado en la UCV, en 1988, pese a que mucha gente que me rodeaba pensaba que no podría calificar en esos estudios (de esto  me enteré años después). Necesitaba dar el paso, un factor decisivo que me impulsara; entonces surgió la idea de trabajar con un colega en un Escritorio de Abogados que sería fundado y yo podría formar parte del mismo en mis tareas y especialidades, eso pensé en ese momento. Así fue como le di forma a esa decisión que no se vislumbraba fácil de tomar, había un importante sentimiento de arraigo, de costumbres, de amistades, muchas de ellas queridas en lo profundo del corazón (hoy fallecidas), la reticencia a dejar la seguridad que implicaba una jubilación y hasta una pensión en el futuro (hoy no valen nada en Venezuela y tengo ambas más los bonos oficiales de repuesto); en ese mes de Enero de 1990 a finales, decidí formalizar mi renuncia al último cargo que había desempeñado hasta esa fecha; le decía adiós a toda una etapa de mi vida personal y laboral, había vivido mi década de los veintes, y ya rodaban mis treintas, era demasiado apremiante el deseo de concretar, el deseo de especializarse, el deseo de producir para los demás y no para los criterios de un jefe o director. Salí como entré, por la puerta grande, sin escondrijos, sin trampas ni cortapisas; en mi renuncia no podía dejar de expresar lo que a mis escasos treinta y un años de edad, y esperando un nuevo y peligroso mundo, dejé expresado en unas líneas, una exclamación que había leído desde muy joven en la Novela Iphigenia (Teresa de la Parra 1929), cuando la atribulada María Eugenia Alonso no se resignaba a vivir en la aldea de Caracas en aquellos gomecistas años veinte,  sin dejar de llorar por su querida Francia: “Me aburro en esta casa grande y triste, donde nadie me admira ni me comprende” esos eran los sentimientos que rebosaban mi espíritu en ese momento, ese Edificio entonces lucía y se antojaba gris para los soles radiantes que anhelaba mi consciencia de hombre muy joven. Poco duró luego esa sociedad profesional, los caminos definitivamente no había cesado de marcar el surco y el sino temporal; al principio extrañé como exiliado el organismo y sus gentes que parecían un libro de recuerdos que hojear con mano trémula. Llegaron otros actores, otras escenas, otras vivencias, subidas y bajadas muchas, continuaba mis estudios de postgrado y me aguardaba la década  de los años noventa, que marcó  en forma decisiva todo el futuro y lo que soy actualmente. Solo una cosa extravié y perdí para siempre: eso que hablaba del arraigo, de la permanencia, de la pertenencia tan necesaria en la conformación de las conductas y la psique humana pues ni siquiera  mi  carrera docente en la UCV supo devolvérmela. No volvería a contactar con el organismo sino hasta el año 1994 cuando aprobé mi postgrado, tomando como tema de tesis el control fiscal y la tributación, ese año 1990 no significó para mí el cierre definitivo de la puerta del Control Fiscal, ya que hasta se me tachó de fiscalista por haber escogido ese tema y más aún cuando la posición como tesista avalaba la posición oficial., recuerdo que llevé un ejemplar de la misma para ingresarlo a su biblioteca sin éxito. No vería  más a  la Contraloría General de la República sino muchos años después, allá en el año 2011 cuando ingresé como docente invitado al Instituto de Altos Estudios de Control Fiscal y Auditoría del Estado COFAE por espacio de algunos años.

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